¿Vives en tu cuerpo o eres tu cuerpo?
Tu cuerpo es un templo.
¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase de parte de una autoridad moral o alguien que estimamos? Una madre, un sacerdote, un profesor, un coach e incluso nosotros posiblemente la hemos dicho. Esta afirmación tiene varias implicaciones que responden a cómo está construida nuestra cultura.
La relación que tenemos con nuestro cuerpo es más importante de lo que podemos imaginar. En primer lugar, todos nuestros sentidos están atados a reacciones físicas o fisiológicas que han evolucionado a través de los milenios. El tacto es un mecanismo para repetir lo que nos es placentero y evitar el dolor, el frío, el calor, etc. La vista es necesaria para alejarnos de peligros y evaluar situaciones potencialmente riesgosas. Así, cada uno de los sentidos responde a necesidades que aseguran nuestra supervivencia y bienestar.
Nuestro cuerpo es la forma en la que interactuamos con el mundo, pero tiene limitantes. Es imposible ver más allá de las longitudes de onda del espectro visible porque nuestros ojos no están adaptados a ello. Igualmente, los movimientos que podemos hacer están íntimamente ligados a nuestra fuerza o flexibilidad. Las hormonas nos causan sensaciones de sueño, hambre, deseo sexual y hasta alteran nuestras emociones. Muchas de estas experiencias son inconscientes. Aunque no queramos sentir hambre, la sentiremos al cabo de un tiempo sin comer. ¿Hasta qué punto son estas limitaciones parte de nuestra esencia como individuos?
Desde la perspectiva platónica, el cuerpo es una cárcel. Al tener un cuerpo como prisión, lo deseable es fomentar nuestro interior. Nosotros somos nuestra conciencia, nuestra alma. Es más, al morir, nuestra alma se libera de sus cadenas. El cuerpo es materia, temporal, sensible. El alma es inmaterial, eterna, idea. Por lo tanto, es mucho más sabio quien se enfoca en las actividades intelectuales que en las físicas. El cristianismo y, por ende, la cultura occidental también se ven influenciados por este pensamiento. Basta con pensar en la importancia de la pureza del alma. Los impulsos del cuerpo nos detienen, no son parte de nosotros. nuestro verdadero ser está encerrado.
Por otro lado, también es cierto que sin cuerpo no podemos vivir en este mundo. Sin cerebro, no hay reacciones bioquímicas que generen sensaciones. Necesitamos materia para decir que alguien está vivo. Si destruyen tu cuerpo, decimos que estás muerto. Cuidar de tu cuerpo es cuidar de ti mismo. No hay mente sin cuerpo. ¿Qué le pasa a tu conciencia si no hay un cuerpo que la albergue? Ya lo decía Nietzsche: Tú eres tu cuerpo.
Ambos puntos de vista abordan diferentes dimensiones de nuestra identidad y entienden al yo de forma distinta. Sea cual sea la verdad, es interesante saber bajo qué ideas estamos viviendo. Si estás seguro de tu posición, debería ser fácil para ti contestar: ¿Qué tan importante es tu físico? ¿Es igual de importante trabajar la mente y el cuerpo? ¿Qué te ocurre cuando mueres?
Es un tema tan extenso que no puedo abordarlo completamente en estas pocas líneas. Sin embargo, quizá lo retome en el futuro para ampliarlo. ¿Nuestro cuerpo es un templo, un lugar para vivir? ¿o realmente el cuerpo somos nosotros?
Lo que realmente me intriga es esto: si intercambiaras tu cuerpo con alguien más, ¿seguirías siendo tú?