Historias dentro de historias
Últimamente he estado leyendo más. He tenido la fortuna de contar con más tiempo y me he dado la oportunidad de leer (y releer) libros de mi colección. Siempre me han gustado más los libros físicos que los electrónicos, quizá porque nunca he tenido que hacer una mudanza grande, pero no es solamente por las razones comunes. Muchos hablan del olor de los libros, del tacto, de la sensación de progreso o del hecho de que los libros físicos, a diferencia de una suscripción, por ejemplo, sí son realmente tuyos. Coincido con todas estas razones, aunque hay una que no escucho tan seguido y quiero compartir.
Cuando tenemos un libro en nuestras manos, estamos cargando una historia o, en su defecto, conocimiento: novelas, manuales, críticas, notas periodísticas, estadísticas, pensamientos. Sin embargo, también hay un gran proceso en el libro mismo, en el conjunto de hojas encuadernadas que tenemos entre las manos.
Para conseguir ese libro, tuvo que pasar por varias revisiones de su autor, sugerencias de los editores, a veces censuras; luego, el transporte a la tienda; un empleado lo dejó en un estante; tú lo viste, quizá lo hojeaste y decidiste, por alguna razón, llevarte ese y no otro. O a lo mejor alguien te lo regaló en un cumpleaños. También es posible que lo hayas heredado o que nunca lo hayas regresado de un préstamo. Todas esas circunstancias también tienen un valor y le dan otra dimensión a la historia del libro.
Por ejemplo, mi copia de Doce cuentos peregrinos la conseguí de segunda mano. No fue hasta salir de la librería que me di cuenta de que tenía una dedicatoria en la segunda página: "Para Chave, con muchísimo cariño. Nora. Otoño de 1992." No sé quiénes son (o fueron) estas personas ni por qué estaba en venta a pesar de la dedicatoria, pero, de alguna manera, esa copia terminó en mis manos.
También, hace poco, una amiga estaba reorganizando su casa, precisamente por una mudanza, y encontró una montaña de libros viejos. Me dio la oportunidad de llevarme algunos de ellos y ahora esos libros, que pertenecieron a su familia durante generaciones, están bajo mi resguardo. No sé qué opinen ustedes, pero yo siento una responsabilidad por darles una “buena vida”.
Tampoco tienen que ser libros tan antiguos para darles ese significado. Con que para ti tengan algún valor más allá del contenido, es suficiente para disfrutarlos más. Se convierten en historias dentro de historias.
¿Qué mejor forma de honrar su destino que cuidando los manuscritos y dándoles un buen uso? ¡Que las historias no mueran!