¿Cuál es el punto de ser culto?
El valor que le damos al conocimiento está íntimamente ligado a lo que nos dicen nuestros padres y la sociedad. Se dice que el ignorante es feliz, que debemos mantener las cosas simples, que hay cosas que no vale la pena aprender porque "no sirven". Mientras tanto, a quienes saben se les tacha de pretenciosos, altaneros, elitistas, mamones. Isaac Asimov hablaba de un fenómeno similar, al que nombró antiintelectualismo.
En esta ocasión, no expondré mi visión sobre Asimov (a quien, sin embargo, recomiendo enormemente que revisen). A diferencia de otros escritos, esta vez defenderé abiertamente mi punto de vista sobre un tema que me parece preocupante.
Creo firmemente que una persona culta tiene mayor potencial para vivir una vida plena. Nótese que no digo "feliz", sino plena. Sí, una persona ignorante no se preocupa por los problemas del mundo y seguramente cree que los temas más complejos tienen soluciones simples. Se podría decir que es feliz porque no se angustia de más. La misma etimología nos lo dice (in-no, gnoscere-saber/conocer). Como amante del chocolate, me pesa saber que algunas empresas tienen prácticas cuestionables en la extracción del cacao y que, posiblemente, este será cada vez más escaso.
El saber puede generar angustia porque nos hace darnos cuenta de dos cosas:
Muchas de las cosas que nos preocupan no las podemos solucionar. Hay desgracias inevitables sobre las que no tenemos control.
Mientras más sabemos, más nos damos cuenta de lo que ignoramos. Pregúntale a cualquier experto en un área y te dirá que se siente incompetente. El síndrome del impostor y el efecto Dunning-Kruger entran en acción. El conocimiento es un pozo sin fondo, un océano sin horizonte.
A estas alturas podemos preguntarnos: ¿de qué sirve entonces aprender, si con ello viene más angustia? Mi respuesta es que los beneficios superan con creces esta dificultad. Es más, esta dificultad incluso puede remediarse.
En primer lugar, saber más te da un panorama más amplio. Entiendes mejor los procesos. El conocimiento te permite disfrutar más de las expresiones del mundo, de la gente, de la sociedad, de la ciencia. Una pieza musical la disfruta más quien ha estudiado algún instrumento que quien no. Quien sabe de música nota los arreglos, escucha el bajo, evalúa al cantante, siente las percusiones, entiende el contexto histórico, aprecia las horas de práctica detrás de cada interpretación, reconoce el trabajo de los productores, etc. No se queda solo en qué tanto le gusta el coro o en qué tan fuerte se canta. Esto no significa que quien no ha estudiado música esté mal, simplemente que no aprecia con tanto detalle una obra.
Ahora pensemos en qué áreas nos gustaría conocer. Si sabemos más, podemos disfrutar más de los viajes, la comida, las ciudades, la naturaleza, el diseño, la ropa, las conversaciones, los amigos... Siempre tendremos un tema interesante de conversación. ¿Qué siente un arquitecto al contemplar La Sagrada Familia? ¿Qué interpreta un físico cuando lee las ecuaciones de Einstein? ¿Qué percibe un biólogo cuando camina por un parque? ¿Qué notas tú cuando conversas con un amigo?
¿Cómo solucionamos los dos problemas que mencioné anteriormente? Mis propuestas son las siguientes:
Aceptemos nuestra realidad. Es cierto que hay temas que no podemos controlar, pero saber más también nos da herramientas para entender qué sí podemos controlar.
El hecho de que nunca lleguemos a saberlo todo, lejos de ser desmotivante, puede ser un alivio. Si hay tanto por conocer, nunca nos aburriremos. Además, hace extremadamente probable que exista un tema que nos apasione dentro del vasto mar del conocimiento.
En pocas palabras, creo que aprender cosas nuevas, por el simple gusto de hacerlo, es muy noble. Deseable. Más que llevarnos a una vida más consciente, el conocimiento nos lleva a una vida más plena. La verdadera pregunta es: ¿en qué te quieres volver culto?